Afortunadamente, tú.
Tú, y no cualquier otro.
Afortunadamente, contigo.
Contigo, y no con cualquiera.
Afortunadamente tu sonrisa,
afortunadamente tus abrazos,
afortunadamente, yo no sin tí,
afortunadamente, tú sólo conmigo.
Tal vez, pensando en la inmensa necesidad que tenía de volver a escribir, he llegado a la conclusión de que te debo algo. Y mira que lo odio, yo que siempre había creído que no le debía nada a nadie...Pero, realmente, todo el mundo debe mucho más de lo que se imagina, supongo.
¿Sabes? Me he dado cuenta de que, en este mismo momento, en este preciso instante, hoy, no me importa nada más, porque estamos juntos. Sí, juntos. Ni tú estás en China, ni yo estoy en México. La distancia se hace relativamente corta cuando una está enamorada, y créeme, lo estoy. No hay otra cosa más de la que esté tan absolutamente segura. Y da igual que estemos aquí, allí, en la playa muertos de frío o sentados frente a mi instituto. No me importa...como si nos quedamos encerrados en un ascensor y nos damos cuenta de que el edificio se ha quedado vacío y nadie regresará a sacarnos de allí (realmente, sería lo mejor que podría pasarme). Como si se nos agota el aire allí dentro. Desde hoy lo único que quiero es que todas las cosas que me pasen en la vida, ya sean buenas o malas, me pasen a tu lado, contigo.
Definitivamente, eres aire. Eres aire porque sin ti no puedo respirar. Eres el aire que me da la vida, brisa que me alimenta todo los días. Eres aire, invisible y transparente, porque estás aquí, estás allí, en todas partes y a mi lado. Eres el aire que impulsa mis alas y me ayuda a subir, volando alto, por encima del cielo...a tres metros sobre el cielo, ¿qué digo a tres? a diez; a diez metros por encima de las nubes. Eres aire, porque también puedes ser viento fuerte, como un tornado. Y a la vez eres brisa suave y fresca en una tarde de verano. Eres el aire que me despeina, aire que alborota mi pelo, aire que resbala por mi piel. Eres aire que me lleva más allá de las estrellas. Eres aire porque me haces falta. Desde siempre y para siempre. Por eso eres aire.
A veces me gustaría meterme en su cabeza. ¡Qué digo a veces! Me gustaría estar ahí dentro, desde siempre y para siempre. Porque por más que digan que nada es para siempre, a mi no me apetece creérmelo. Para mí, el término "para siempre" significa esto que tenemos nosotros dos. No saber qué hacer si no le tengo, no recordar la persona que era antes de que él entrase en mi vida. Echarle de menos. No echarle nunca de más. Y sentir esa alegría infinita, que me recorre de pies a cabeza, cada vez que le tengo delante.
Momentos, por existir, existen muchos...El día que le conocí, el día que decidí que comer churros en León sería uno de mis ocho deseos matinales de Año Nuevo, el primer día que le dije que le quería o la primera de las primeras veces. O también el instante en que empecé a quererle para siempre, el minuto exacto en el que le abracé por primera vez en el parque del ayuntamiento, o incluso, la primera vez que le vi buscando mi cara en una estación de autobuses que jamás había pisado antes.
A mí siempre me han gustado los amores imposibles. Siempre he dicho: "Si tengo un amor de verdad, quiero que sea imposible." Y, ¿por qué no? En vez de imposibles, llamémosles improbables. Tal vez porque sólo los amores imposibles nos muestran por momentos qué tan imposibles son en realidad. Son los únicos que nos regalan instantes en los que, dentro de lo improbable, toda la imposibilidad desaparece, se desintegra. Y son esos momentos los que nos muestran que nada es imposible en sí mismo. Nada.

