
¿Qué más da quién lo sepa, cómo se entere y lo que piense? Si al fin y al cabo yo seguiré siendo la misma estúpida que no mira más allá de su nariz porque teme que, por una tonta casualidad se aparezca ese píncipe azul para robarle sus sueños. Su ilusión. Las cuerdas de su guitarra. Ese que tanto he buscado en cada estación. En cada acera. En cada esquina de cada calle. Al cruzar cada paso de peatones. Tal vez por eso insisto en mantenerme en silencio. Porque temo que la primera palabra que salga de mi boca se la lleve el viento, y se lo lleve también a él. Y con él, a mí. Temo que se aleje aún más, ¡con lo agustito que se está mirándolo...! Con lo bien que se siente tenerlo a pocos metros de mí. Mirando al vacío, sin saber que en la otra esquina estoy yo, mirándole a él. Contemplando sus movimientos. Y siento que jamás pasará mi vida en ese tren que he perdido en el momento que pude dejarlo pasar, y que ahora está a punto de arrollarme a la vía.