
Es algo maravilloso. Creo que, si no fuese porque estoy día a día en esta nube, hoy mismo montaría en cólera al ver que no está. Pero no. Porque sólo él asegura mi paz y seguridad. Mi tranquilidad. Único. El único al que me he planteado entregarle todo, hasta mi alma. Pese a todas las señales de tráfico, curvas y carreteras que nos separen, él está ahí. Existe. En algún lugar. ¿Qué me importa todo lo demás? Si todo esto acorta las distancias, aunque para ello tenga que esperar, y esperar, y esperar. No me importa. Aunque sienta pasar por mi piel los minutos y segundos como días, sé que al final llegará un desenlace. Tal vez bueno; tal vez malo. También me da igual. Y seguirá sin importarme mientras sienta ese revoloteo en el estómago cada vez que por arte de magia apareces conectado en mi pantalla. Eres mi perfección. Algo imprescindible en mis días. Y es que, si alguna vez me faltases, no lo soportaría. Porque sé que estás ahí. Y porque confío en que algún día yo también estaré ahí. Contigo.
Y digan lo que digan, pese a todos esos comentarios tan cuerdos o absurdos, es ahora cuando vuelvo a rozar con la punta de los dedos esa felicidad inexplicable e intangible a la que comúnmente llamamos amor.