Mareo. Todo te da vueltas. No le encuentras sentido a la realidad. Gritos. Voces. Pierdes el control de tí misma. Dejas de oír gritos. Todo oscuro. Y es entonces cuando dejas de recordar. Luego vuelves a ver una serie de personas a tu alrededor. No entiendes nada. Intentas descifrar sus caras de preocupación. Por un momento te preguntas quiénes son. Intentas respirar pero no puedes. Náuseas. Vómitos. Algo te impulsa contra el suelo. Y lloras. Lloras como una cobarde. Tienes miedo. Ahora más que nunca. Por muchas veces que hayas deseado morir, temes a la muerte. Cuando vuelves a despertar estás en una ambulancia. Y ni siquiera sabes qué te pasó. Media hora. Médicos. Papeles. Más médicos. Carretera. Sirena. Una voz a tu izquierda que hace que te relajes. Hospital. Urgencias. Interrogatorios. Estás en una camilla y no sabes ni quién está en la de al lado. Más interrogatorios. Tu madre. Llorando. Y vuelves a llorar. Mil preguntas. Ya no sabes ni qué contestar. Electrocardiograma. Te pinchan. Casi no duele. Te vuelven a pinchar. Pero esta vez sí que duele. Chillas. Gritas. Lloras. No aguantas. Otro pinchazo. Y otro. Y otro más. Ves mil tubos de sangre. Te hacen millones de pruebas y placas. Una maldita pastilla pequeña. Y te quedas como una gilipollas allí tirada. Cuando te diagnostican un paro cardiorespiratorio en conjunto con un trastorno alimenticio no entiendes nada. Pero agradeces a cualquier médico que te deje salir de allí de una vez. ¿Ahora? Estoy bien, gracias.
viernes, 20 de marzo de 2009
Empezamos bien...
Mareo. Todo te da vueltas. No le encuentras sentido a la realidad. Gritos. Voces. Pierdes el control de tí misma. Dejas de oír gritos. Todo oscuro. Y es entonces cuando dejas de recordar. Luego vuelves a ver una serie de personas a tu alrededor. No entiendes nada. Intentas descifrar sus caras de preocupación. Por un momento te preguntas quiénes son. Intentas respirar pero no puedes. Náuseas. Vómitos. Algo te impulsa contra el suelo. Y lloras. Lloras como una cobarde. Tienes miedo. Ahora más que nunca. Por muchas veces que hayas deseado morir, temes a la muerte. Cuando vuelves a despertar estás en una ambulancia. Y ni siquiera sabes qué te pasó. Media hora. Médicos. Papeles. Más médicos. Carretera. Sirena. Una voz a tu izquierda que hace que te relajes. Hospital. Urgencias. Interrogatorios. Estás en una camilla y no sabes ni quién está en la de al lado. Más interrogatorios. Tu madre. Llorando. Y vuelves a llorar. Mil preguntas. Ya no sabes ni qué contestar. Electrocardiograma. Te pinchan. Casi no duele. Te vuelven a pinchar. Pero esta vez sí que duele. Chillas. Gritas. Lloras. No aguantas. Otro pinchazo. Y otro. Y otro más. Ves mil tubos de sangre. Te hacen millones de pruebas y placas. Una maldita pastilla pequeña. Y te quedas como una gilipollas allí tirada. Cuando te diagnostican un paro cardiorespiratorio en conjunto con un trastorno alimenticio no entiendes nada. Pero agradeces a cualquier médico que te deje salir de allí de una vez. ¿Ahora? Estoy bien, gracias.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario