viernes, 20 de marzo de 2009

Empezamos bien...



Mareo. Todo te da vueltas. No le encuentras sentido a la realidad. Gritos. Voces. Pierdes el control de tí misma. Dejas de oír gritos. Todo oscuro. Y es entonces cuando dejas de recordar. Luego vuelves a ver una serie de personas a tu alrededor. No entiendes nada. Intentas descifrar sus caras de preocupación. Por un momento te preguntas quiénes son. Intentas respirar pero no puedes. Náuseas. Vómitos. Algo te impulsa contra el suelo. Y lloras. Lloras como una cobarde. Tienes miedo. Ahora más que nunca. Por muchas veces que hayas deseado morir, temes a la muerte. Cuando vuelves a despertar estás en una ambulancia. Y ni siquiera sabes qué te pasó. Media hora. Médicos. Papeles. Más médicos. Carretera. Sirena. Una voz a tu izquierda que hace que te relajes. Hospital. Urgencias. Interrogatorios. Estás en una camilla y no sabes ni quién está en la de al lado. Más interrogatorios. Tu madre. Llorando. Y vuelves a llorar. Mil preguntas. Ya no sabes ni qué contestar. Electrocardiograma. Te pinchan. Casi no duele. Te vuelven a pinchar. Pero esta vez sí que duele. Chillas. Gritas. Lloras. No aguantas. Otro pinchazo. Y otro. Y otro más. Ves mil tubos de sangre. Te hacen millones de pruebas y placas. Una maldita pastilla pequeña. Y te quedas como una gilipollas allí tirada. Cuando te diagnostican un paro cardiorespiratorio en conjunto con un trastorno alimenticio no entiendes nada. Pero agradeces a cualquier médico que te deje salir de allí de una vez. ¿Ahora? Estoy bien, gracias.

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