lunes, 23 de noviembre de 2009

En silencio.


¿Qué más da quién lo sepa, cómo se entere y lo que piense? Si al fin y al cabo yo seguiré siendo la misma estúpida que no mira más allá de su nariz porque teme que, por una tonta casualidad se aparezca ese píncipe azul para robarle sus sueños. Su ilusión. Las cuerdas de su guitarra. Ese que tanto he buscado en cada estación. En cada acera. En cada esquina de cada calle. Al cruzar cada paso de peatones. Tal vez por eso insisto en mantenerme en silencio. Porque temo que la primera palabra que salga de mi boca se la lleve el viento, y se lo lleve también a él. Y con él, a mí. Temo que se aleje aún más, ¡con lo agustito que se está mirándolo...! Con lo bien que se siente tenerlo a pocos metros de mí. Mirando al vacío, sin saber que en la otra esquina estoy yo, mirándole a él. Contemplando sus movimientos. Y siento que jamás pasará mi vida en ese tren que he perdido en el momento que pude dejarlo pasar, y que ahora está a punto de arrollarme a la vía.

domingo, 15 de noviembre de 2009

El roce de sus manos.


Salió de allí porque habían puesto esa canción que no soportaba, que tantas veces le había hecho llorar después de haber reído tanto con ella. No le importó nada más en el mundo, sólo él. Si entraba, o salía por esa puerta. SI cruzaba o seguía caminando. Por eso salío a oscuras, a buscarlo. Abandonando su esperanza en una esquina, bajo una terraza, para que no se mojara. Pensó en llamarle, pero ni siquiera tenía su número. Dos meses atrás y tampoco sabría su nombre. Lo único que supo al verle, fue cuántas veces había soñado con alguien como él. 365. Su ángel. Su vida en otras manos. Cuando se lo encontró se quedó paralizada, al igual que él. Uno en cada esquina de la acera más corta. No pudo evitar sonrojarse y sonreír, siempre lo hacía. Ambos decidieron caminar despacito, como si el mundo se agotase al cruzarse, sin poder volver a mirarse a los ojos, caminando hacia adelante. Se cruzaron. Y el roce de sus manos no fue suficiente, pero ambos lo conservaron como algo propio, como el más dulce encuentro, después de haber pasado la noche buscándose en esta triste ciudad, en la que los días más oscuros pasan tan lento. Pero ella no lo sabía. Ni él tampoco. No sabían que sus corazones se correspondían incluso antes de conocerse...
Recetasfotos de bebes