miércoles, 12 de agosto de 2009

Maldición.

Es cierto. No era el más guapo ni el más formal. Ni tampoco era el más inteligente. Simplemente me enamoré de él. Sin un motivo, sin una explicación. Pero era un día soleado. Era el día más soleado de mi vida cuando lo vi tras el cristal de la última ventanilla. Y desde ese momento mis ojos se anclaron en los suyos y jamás volví a navegar con un rumbo fijo si no era él quien dirigía mi tripulación. Y nada mejor que el mar para comparar mi forma de amar. Mar intenso y olas variables. Un día en calma y al día siguiente tempestad. Pero tras mucho tiempo acabé olvidándolo. Y lo supe cuando no me importó nada más. Cuando acabé rindiéndome como una tonta. Como nunca lo había hecho. Lo supe cuando no me importó arrodillarme en medio de la plaza mientras mis lágrimas se confundían con la lluvia. Lo supe cuando tras llorar doce meses seguidos volvió a salir el sol y lo maldije. Malditos todos los días de sol. Y fue entonces cuando supe que el día que conociese a "ese otro" que sustituyese sus besos, sus mordiscos, su lado de la cama, sería el día más gris y estaría lloviendo...

2 comentarios:

  1. Nos enamoramos, sentimos, nos volvemos a enamorar.
    Es la vida, son los sueños...

    Un placer poder leerte

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  2. Así parece que es el amor, un continuo giro, una imparable tempestad que se confunde entre instantes de calma.

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